18 de agosto de 2008

Tienen la palabra

Mis alumnos y alumnas tienen la palabra El texto que pueden leer a continuación es el resultado del Taller de lectura y escritura de 5 año "C" . Pertenece a Daiana Coria.Sus pares por votación eligieron ser representados en un Concurso Interno por esta producción. Compartiremos los cuatro textos finalistas de cada división. La consigna que lo origino mezcla personajes de Un señor muy viejo con alas de Garcia Márquez y Un visitante de Vargas LLosa. Quienes hayan leido ambos cuentos disfrutarán mejor de estas lecturas.Pueden encontrar los 2 cuentos si no los conocen en el libro Lengua y Literatura 3 de Editorial Puerto de Palos autores Varios. El ángel sospechoso es llevado a la cárcel de Piura donde comparte la celda con Numa. Este escribe una carta a Doña Merceditas para contarle su visión del extraño ser. El sargento entró agitado a la cárcel de Piura, el ruido de sus pasos, y la luz que entraba por la puerta entreabierta, despertaron a Numa. El Teniente entró detrás del Sargento y cada uno tomó su rifle. ¿Qué pasa? – pregunta Numa. –Ha vuelto el Jamaiquino. Cállate Numa, ojala fuera el Jamaiquino, ha pasado algo peor, doña Merceditas nos ha pedido que la ayudemos. ¿Qué ha pasado? El Sargento agitado le cuenta que el cura, Don Estanislao, ha ido a rociar con agua bendita el Tambo, porque en el arenal, la cabra de doña Merceditas, ayer a la tarde ha encontrado a un hombre que no es de este mundo. ¿Cómo que no es de este mundo? Si, parece que es un viejo con unas alas enormes que ha querido acercarse al Tambo, dirigiéndose al Teniente, le dice, vamos al Tambo ya están listos los caballos. Se oyen galopes de la partida y gritos roncos hasta que desaparecen confundidos con los rumores de la cárcel. Numa no sabe en realidad que pensar ¿Qué vida la mía? se dice, yo que creía que iba a estar tranquilo y ahora esto, el maldito Jamaiquino seguramente está tramando algo, debe ser algún amigo suyo disfrazado, no me perdona que lo hayamos dejado solo, es un traidor y tiene alma de alimaña. No acababa Numa de beber su jarro de un caldo desabrido y viscoso, aunque caliente que caía bien a sus tripas acostumbradas a la cerveza y porotos, que doña Merceditas preparaba con pedazos de hígado, para que no perdiera sus fuerzas, cuando sintió confusos gritos a los que se sumaban voces de asombro e incredulidad. No puede ser, ¿va a venir un circo?, ¿qué es esto?, ¡Dios mío, es un ángel caído! Numa abrió los ojos como una iguana a la que le han aplastado el cuello; una figura de cóndor enorme y desteñido se presentó ante sus ojos. El Teniente abrió la celda y empujó al bicharraco gigante junto a Numa. Parece un ángel moribundo - exclamó el Teniente. Si, huele mal - añadió el Sargento, mientras le alargaba un jarro de caldo frío que había quedado sobre la mesa, el ángel respiraba pesadamente entre quejidos, pero seguramente tenía hambre, porque alargó su mano huesuda, temblorosa y sujetó el jarro que sostuvo con su otra mano, mientras se lo llevaba a la boca que parecía la de una tortuga centenaria. Doña Merceditas no deja de llorar – dijo el Teniente, y cree que el Tambo ha sido visitado por un ángel. Numa, se incorporó de golpe como si lo hubieran empujado y se aferró a los garrotes gritando - ¡Teniente!, no dejen sola a Merceditas ella es muy valiente y nunca llora, esto es una mala señal. No sea sonso, Numa – le contestó el Sargento no sabes que las mujeres son así, uno nunca sabe con que van a salir. ¿Sabes escribir? Si - respondió Numa. La que se quedó preocupada es ella, porque dice que vos no tenés fé y, cree que el ángel ha venido a buscarte, así que, anda pensando en mandarle una carta para que deje de lagrimear. Doña Merceditas alzó los ojos y vio la sombra que se anticipaba, que cubría toda la abertura de la puerta - Sargento, ¿qué hace aquí?, no lo oí llegar. Te traigo noticias de Numa - respondió el Sargento. Doña Merceditas dejó caer la escoba, que sostenía con su mano y aferrando el brazo del Sargento, que la miraba con picardía en los ojos, le dijo - no me haga sufrir Sargento, ¿dónde está Numa?, ¿qué le pasó? Tranquila, doña Merceditas – contestó el Sargento, lléveme al Tambo y se lo cuento, tengo mucha sed. Las piernas de doña Merceditas se aflojaron, a punto que tuvo que apoyarse en una silla, y sintió que sus ojos se nublaban. La cabra mordisqueaba la estera de la silla. Venga – dijo el Sargento. Doña Merceditas, se dirigió pesadamente arrastrando los pies hacia el Tambo, sacó dos vasos y los puso sobre una mesa, llenó de cerveza el vaso del Sargento y sirvió para ella, un poco de leche fría. El sol brillaba en las arenas que rodeaba el Tambo, no había una sola nube y desde la puerta del Tambo se divisaban nítidas las siluetas de las montañas. El Sargento metió su mano en el bolsillo de su chaqueta y extrajo un sobre doblado, que extendió a doña Merceditas mientras decía – Numa le envía esto. Y bebió de un solo trago el contenido del vaso, lanzó una exclamación de satisfacción, tendió la mano a doña Merceditas y salió dirigiéndose hacia su caballo, doña Merceditas lo miró en silencio hasta que lo vio desaparecer entre los primeros árboles del bosquecito cercano. Solo entonces, se secó la frente con el borde del delantal, acercó una silla a la puerta y abrió el sobre, a lo lejos sólo se oía el graznido de algunas aves de rapiñas, doña Merceditas comenzó a leer: “Merceditas: Me he pasado la vida sin creer en lo sobrenatural, pero bien, dicen que el hombre no se puede ir de este mundo hasta que no aprendió lo que tenía que aprender. La Pachamama es sabia, y a todos nos tiene comprensión, pero realmente nunca había imaginado, que pudiera tener la oportunidad de observar a un hombre con alas, aunque sea viejo y se encuentre moribundo. A cualquiera le da pena porque debe de haber sido de joven muy bello. Sus alas de gallinazo grandes, sucias y medio desplumadas, casi no le permiten moverse dentro de la celda. He intentado hablarle, pero no me responde. Me mira y se sonríe, pero su sonrisa no es de burla ni de tristeza, es una sonrisa rara, porque casi no tiene dientes. Es la persona más resignada a su suerte que he conocido en mi vida y te escribo para decirte que, cuando salga de acá quiero llevarlo conmigo hasta el Tambo. La leche de cabra le hará bien y si se pone fuerte y ensaya, ya limpio, sus vuelos, quizás pueda vivir algunos años más, se que no me vas a contradecir porque conozco tu generosidad y desinterés. Un abrazo. Numa” Cuando terminó de leer, doña Merceditas levantó la vista del papel y vio, que el Sargento se acercaba nuevamente. ¡Doña Merceditas! - gritó cuando estaba cerca, me olvidaba que tenía que esperar su respuesta. Doña Merceditas, se rió a carcajadas y le gritó dígale que “¡si!” Sargento, mientras de la alegría corría a abrazar la cabra, que empezó a lamer su cara.